INFORMACION GENERAL

El Taller comienza la primera semana de Marzo. La sala queda en Acevedo y Corrientes.

Se cursan 2 días a la semana. Uno de ACTUACION (3 horas) y otro de LABORATORIO (2 horas), en este día investigamos y exploramos sobre el instrumento (el cuerpo, la emoción, la expresión y la voz) desde muchas perspectivas y diferentes técnicas.

Hay un cuadernillo que lo entrego a mitad del taller cuando ya se hayan internalizado algunos conceptos. El mismo es un resumen de muchas de las cosas que se trabajan y sirve como guía para una futura investigación del actor.

Cada clase podes llevarte grabado en un dvd tus ejercicios (monólogos, escenas, improvisaciones, etc.). Es una muy buena manera de aprender a observarse sin evaluarse. Esto es opcional.

Los días y horarios son:

Lunes 20 hs. a 23hs. (NIVEL II) ACTUACION.

Martes de 19.30 hs. a 22.30 hs. (NIVEL I). ACTUACION.

Jueves de 20 hs. a 22 hs. LABORATORIO. *A este horario asisten los 2 grupos. La sala queda en Pastuer y Grl. J.D. Perón.

Las vacantes son limitadas. Hago un seguimiento individual del alumno con una devolución anual del proceso.

Cualquier consulta no dudes en comunicarte.

¿Qué es LABORATORIO?

La mayoría de nosotros recibió alguna educación sobre la anatomía del cuerpo, por lo general en forma de lecciones áridas y aburridas que había que memorizar como las capitales de provincias distantes. Pero raramente, si es que alguna vez, se nos pedía que experimentásemos nuestra estructura. ¡Cada uno de nosotros es esa información!. Lamentablemente nuestros educadores no tenían esta información y así llegamos a adultos acumulando un montón de información irrelevante, aunque sin saber nada sobre nosotros mismos y sobre el cuerpo que debe llevarnos a lo largo de nuestras vidas.
Con este entrenamiento propongo a mis alumnos tener un entrenamiento “experimentado” de la anatomía. No me contento con el alumno sea un receptáculo pasivo de este tipo de información. Considero que es sumamente importante dedicar mucho tiempo y energía a la tarea de conocer el cuerpo y como funciona pero no sólo en teoría sino a través de la practica, del movimiento. Cuando el artista toma esta clase de contacto, conociendo a gracias al “hacer” del “mover”, comienzan a aparecer zonas desconocidas, bloqueos físicos y emocionales que antes no estaban en el plano conciente y al liberarlos se descubre un nuevo abanico de posibilidades expresivas. Son estas mismas posibilidades las que otorgan libertad al artista en el momento de su creación.

¿Por qué un actor debe conocerse para hallar opuestos en sus propios sentimientos?


Realmente me sorprende lo poco que se conocen los actores. En su trabajo en primer lugar, deben hacer uso de sí mismos, siempre y a lo largo de toda su carrera. Pero lo cierto es que los actores no se conocen a sí mismos más de lo que lo hacemos el resto de nosotros. La imagen que tienen de sí mismos generalmente interfiere en su modo de interpretar, pues genera limitaciones (“No tengo instintos maternales”) y prejuicios (“Odio a los niños; ¿cómo podría entonces expresar amor por un pequeño en escena?” o: “No soy homosexual, ¿cómo puedo imaginar que amo a otro hombre?”). Todo esto limita la libertad y el desarrollo de la expresión.Cada vez que una actriz se escuche decir cosas como “No tengo instintos maternales”, debe detenerse a examinar de cerca semejante prejuicio para descubrir cómo limita su actuación. Las limitaciones se pueden resolver.Una actriz no tiene necesidad de cambiar sus prejuicios ni su vida personal. Tampoco es necesario que modifique su aversión por los niños, pero puede aprender a superar sus limitaciones canalizándolas de manera positiva en su trabajo. Para lograrlo debe saber cuáles son sus prejuicios y limitaciones. La tarea empieza por la aceptación en sí misma de esas características. Una vez que se conocen se pueden utilizar en beneficio de la propia actuación. Si continúan siendo desconocidas para nosotros, seremos víctimas de ellas.

PRISMA Luces de la Cultura

Los chicos querían hacer humor y en eso se trabajo todo este año... aqui algo del proceso

EL OFICIO DE LA PASIÓN Por Santiago Kovadloff

En vidas como las nuestras, donde todo parece destinado a transformarse, la vocación se manifiesta como un fenómeno anómalo: resiste, indoblegable, el paso del tiempo; expresa, en su constancia sin mengua, la magnitud de su misterio.La vocación, digámoslo desde ya, no es una elección. Hay, entre una y otra, radicales diferencias. La elección es siempre obra del sujeto; la vocación, en cambio, da forma al sujeto, lo constituye. Sí, la vocación nos elige. Ella dispone de nosotros, se nos impone.Podemos, es cierto, desatenderla; no obrar en consonancia con su signo. Pero ese desapego acarrea un costo y ese costo, invariablemente, es el de un profundo desasosiego. Es que al no aceptar ser lo que hacemos, difícilmente podamos llegar a ser lo que queramos. Es fácil, sin consecuencias, dejar a un lado esto o aquello. Gustos, aficiones, y hasta intereses pueden soslayarse sin riesgo. Pero no una vocación.Del vigor de una Vocación, sin embargo, no sólo habla su tenaz persistencia en el tiempo. Mucho dice de él, además, la empecinada decisión con que enfrenta el rechazo que a veces le evidenciamos. Porque si es cierto que quebrantar una vocación equivale a perderse, no haberse visto impulsado alguna vez a terminar con ella implica no haberla sentido en toda su compleja intensidad. Es que una vocación tiene, también, mucho de insoportable. Por naturaleza es absorbente, despótica, inflexible. No tolera ambigüedades ni deserciones, no soporta siquiera claudicaciones ocasionales ni deserciones en su asunción. Exige obediencia, estricto acatamiento. Y lo exige bajo el doble imperativo de la plena subordinación a su mandato y la total consagración a su sentido. Todo ello, como se ve, convierte a la vocación también en una penuria. Porque si es cierto que en su cumplimiento encuentra quien la sirve una de sus máximas satisfacciones, esa misma entrega hace con que los padecimientos que su realización impone alienten, por momentos, el deseo de olvidarla o, al menos, de alternar entre su yugo férreo y alguna opción menos perentoria y acaso más amena. Es que a veces se hace imprescindible sentir, aunque sea fugazmente, que es nuestra voluntad y no nuestro destino la que comanda el rumbo de nuestra vida, libre al fin del oscuro y poderoso mandato que la ha escogido como su vocera. El que alguna vez anhelemos vernos sustraídos al imperioso tener que obrar dispuesto por la vocación, no deja tampoco de vincularse al hecho de que jamás se sepa a ciencia cierta si es recíproca la pasión que une al creyente con su fe. Podrá comprenderse con claridad, en un momento dado, qué exige de nosotros la vocación pero difícilmente llegará el instante en que nos sintamos persuadidos de está sirviéndola como se debe.Por cierto, el reverso de tanta inquietud es la alegría mayor de contar con una pasión o, mejor aún, la alegría de saberse agradado por ella. Y es que, antes que nada y por sobre todo, una vocación. Es la más espléndida victoria que un corazón puede lograr sobre la rutina y la indiferencia, y aun sobre la muerte. Porque la muerte puede derrotarnos sólo si nos sorprende fuera del ejercicio de nuestra pasión. Se trata, vista así, de un auténtico privilegio, de un atributo singular. Y quien se entienda como acreedor de tamaño beneficio sabrá que nada ha hecho para merecerlo y que siempre será poco cuanto de sí mismo dé para estar a la altura de la ofrenda.
Jactarse de contar con un don semejante es más que un acto de frivolidad: es un indicio triste de incomprensión de su idiosincrasia. La vocación prueba, con su intrincada naturaleza, que el hombre cabal no es el presuntuoso que se juzga patrón de su alma, sino aquél que se sabe a merced de inclinaciones y misteriosos mandamientos que lo fuerzan a desconocerse, si de verdad se quiere reconocerLa vocación revela a quien lo abraza que es depositario de un mandato esencial y no el forjador del mismo. Es cierto que la función de ese depositario es, en grandísima medida, la de realizar tal mandato. Pero se trata de cumplir una orden, no de darla. Si hemos de creerle al magnífico Stendhal, no hay nada más hermoso que tener por oficio la propia pasión. Pero, con igual contundencia y menor inspiración, reconozcamos que nada es más extraño, a la llora de averiguar qué se quiere, que verificar que algo se manifiesta a nuestro espíritu ya no como lo que eventualmente podríamos hacer sino, tajantemente, como lo que no podremos dejar de ser. Y es en este punto crucial donde cabe reconocer de qué cantera extrae su goce el hombre vocación. Lo extrae de su persistencia, de la perseverancia con que milita en las filas de su pasión. El es el hombre que insiste, que cava, que trabaja.Consagrarse a una vocación, empero, no implica necesariamente contar con aptitudes de excepción para su cumplimiento. Casi nunca el hombre de vocación difiere del que no lo es por el caudal de recursos de que dispone. Difiere de él, eso sí, por su imposibilidad de dejar de hacer. Aunque no logre llegar adonde quiere no puede renunciar a encaminarse hacia allí. Bethoven lo ha escrito con la ejemplar claridad de los entendidos: "Persevera, propone en carta a su amiga Emilic M., el 17 de julio de 1812 no te contentes con ejercer el arte; penetra también en su ser íntimo. En el verdadero artista no hay soberbia; él sabe, desgraciadamente, que el arte no tiene límites y siente, oscuramente, qué lejos está de la meta, y aun cuando pueda ser admirado por los demás, deplora no haber llegado todavía allí donde lo mejor de su genio no resplandece más que como un sol lejano".Sí, el hombre de vocación está perdido. Pero perdido en su propia casa y no en casa ajena. Y ésta y no otra es la diferencia: extraviado en su verdadero hogar, de él emana su alegría. La marcha que lo desorienta se cumple en un escenario que reconoce. El es el laborioso amante de esa causa que, habiéndole probado de mil modos que él ha nacido para ella, jamás le aseguró que ella hubiese nacido para él.Al hablar de la vocación es usual que recurramos al verbo tener. Así es como decimos que ella tiene o que yo tengo vocación. Lo correcto, en cambio, sería decir que a mí o a ella no, sostiene una vocación; ya que, si de tener se trata, es sin duda la vocación la que nos tiene en su poder. Es que la vocación guarda en un puño al corazón que alimenta. Por congénita idiosincrasia, la vocación es hegemónica e imperativa. Contrariamente es más que ajustada la expresión inversa, la que remite a una falta de vocación. De hecho, donde no hay vocación, donde el aliento de su estímulo espontáneo no sobreviene, inútiles resultan todos los esfuerzos por promoverla, vengan por donde vinieren. Si falta la vocación, quien de ella carece podrá decidir, con razonable libertad, en qué ocuparse. No ha sido elegido: podrá, en consecuencia, elegir. No está hipotecado por una irreversible dependencia hacia el mandato. Puede decidir qué hacer. El hombre de vocación en cambio, no tiene remedio, ha sido escogido. Si no acata el mandato impuesto, vivirá acosado por el dolor incesante de una trasgresión primordial. 'El que desea y no obra afirmó William Blacke engendra peste". El hombre de vocación es, por eso, bastante más y bastante menos que cualquiera de sus congéneres. Bastante más porque conoce el fuego vivificante de la pasión. Bastante menos, porque su margen de acción está acotado por la fatalidad. No puede eludir el cumplimiento de su pasión , sin caer en desgracia. Al igual que el Dios Eros, celebrado por Fedro en el Banquete, la vocación es siempre joven, vital, arrolladora. el tiempo que transcurre no merma su lozanía. Envejecen sus emisarios, no la vocación; y su compleja idiosincrasia impide, además, que podarnos prever el instante milagroso de su floración. Porque si es cierto que una vez que se manifiesta ya no retrocede, nadie sabe, en verdad, a que altura de una vida habrá de aparecer. Francia nos brinda, al respecto, (los ejemplos elocuentes: Rimboud se supo poeta casi en la niñez y, cuando la muerte lo alcanzó, hacía ya mucho que vivía violentamente apartado de su vocación. Tenía por entonces la edad aproximada en que Montaigne, no sin asombro, se descubría ensayista. 1990.

"Actuar es el arte de crear realidades". Para eso necesitamos el completo conocimiento de nuestro instrumento, de lo contrario cómo sabríamos que nota tocar para cada personaje, escena o situación.... No hay separación entre mente y cuerpo. Todos los conflictos se reflejan en el cuerpo. Se puede engañar con colores, con sonidos, con palabras. Pero el cuerpo lo revela todo. Es imprescindible aprender a leer ese lenguaje corporal.